Planificar un viaje a los Valles Calchaquíes es imaginar sus paisajes, las comidas, descubrir las especias que se podrán investigar en cada molino, los dulces tan particulares e intensos, por supuesto los vinos pero por sobre todo la atención, siempre tan cálida y especial.
Sin pecar de absolutista, siempre hay un nuevo descubrimiento, un nuevo lugar y casi siempre con sus propios vinos. No importa sea en Salta, Catamarca o Tucumán.
El mundo del vino en Argentina es tan especial y al mismo tiempo tan similar a otros enclaves del mundo. Como en los pequeños pueblos de España, Italia o Francia, en donde en cada uno de ellos los elabora, con sabores determinados, especiales, siempre vinculados a sus comidas.
Los mismos propietarios de fincas o bodegas son los que muestran la diversidad (generosidad en pos del reconocimiento y crecimiento de la zona) y cuales son aquellos para tener en cuenta.
En este caso, Fernando Maurette (Bodega Tukma), fue quien insistió para que no dejara de conocer La Paya, a 2400 msnm, y principalmente a su dueña, Virginia Ruiz Moreno.
No es un camino difícil pero hay que tener en cuenta que habrá que recorrer rutas en ripio o huella para llegar. Está a 14 km de Cachi, ciudad rica en historia y sabores.
Al llegar a La Paya uno encuentra que lo agreste es lo habitual, la naturaleza está a cada paso, donde la tierra seca se expande, se levanta a nuestro andar.
La Paya fue la capital de la provincia incaica Chicoana, pero con vida propia anterior, preincaica, con desarrollo regional desde el año 900 d.C con movimiento social, cultural y político de cierta importancia.
Afinar la vista, mirar enfrente y darme cuenta que hay una parroquia centenaria que será imprescindible visitar.
Antes del recorrido por la finca, Virginia, quien se habrá dado cuenta de mi ansiedad por conocerla, es la guía para entrar en la Iglesia (que ella misma abre con su llave), que data de 1876 y posee la belleza y austeridad propia de la zona. Depende de la Curia de Cachi (a cargo de Enrique Domínguez), donde se oficia misa una vez al mes.
Casa de Campo La Paya tiene sólo siete habitaciones, en un caserón de 1878, construido en adobe, puesta en valor por la familia después de su compra en la década del ’70. Tiene todo lo necesario para una estadía mucho más que agradable.
Hoy está a cargo de las hermanas Virginia, Magdalena y María Julia Ruiz Moreno.
Sin estridencias ni lujos, con la calidez que uno aprecia y valora desde lo más profundo, para una estancia en contacto con la naturaleza y la historia como principal meta.
La finca de donde provienen las uvas fue dañada este año por heladas tardías violentas que generaron menor cantidad de kilos y quizás alguna merma para la próxima cosecha, les sirve para elaborar un vino particular, diferente a lo conocido, el Mónica María, nombre que adoptó su padre en honor a una hija fallecida.
Si tuviera que apostar a mi memoria, recuerda los antiguos vinos de Don Raúl Dávalos, antes de vender la bodega al matrimonio Hess. Profundo, potente, llena la boca, intenso, terroso y cocido, pimentón y pimiento asado dulzón. Una batería de sabores difíciles de olvidar.
El alma ofrece agradecimiento por tanto recuerdo.
Virginia Ruiz Moreno, Ingeniera Agrónoma, tiene el cuidado de los viñedos cómo una más de las tareas, aunque también cosecha las uvas y elabora el vino. Es artesanal en toda la acepción de la palabra, ese es su estilo, el que le imprimiera su padre Julio Octavio “El Cordero” Ruiz Moreno (fallecido en Marzo de 2019), a quien recuerda a cada paso en la conversación acerca de la historia del lugar. Del amor profundo.
La mayoría de los productos que se sirven, desde el desayuno hasta la cena en Casa de Campo La Paya, se producen en el lugar o son elaborados por productores de la zona rigurosamente seleccionados, como por ejemplo quesos de cabra y oveja, carne de cordero y algo de vacuno y miel.
Ni hablar de las especias que aquí descubrí. Pimentón y ají molido sobre todo, más algunas aromáticas.
La selección de esos sabores remite a cuando uno era chico, cuando todavía no tenían modificaciones genéticas.
Por la tarde podrá tomar el té en un lugar especial, casi en contacto con la finca, donde las infusiones y la repostería propia lo encandilará.
Allí mismo y como aperitivo de la cena será el momento de elegir piezas propias de charcuterie de gran factura.
Sitio inolvidable al que al menos deberá reconocer y visitar una vez en la vida.
Impacta el lugar, los sabores y la atención personalizada de sus dueñas. Dan ganas de quedarse…